Hoy les quiero contar cómo una mujer feminista cambio mi vida.

 

“Tal vez el feminismo se necesitaba antes, no ahora. Esta nueva ola de feministas solo odian a los hombres”

Esa es la típica respuesta con la que me encuentro cada vez que me proclamo feminista. Respuesta que va acompañada de una mirada de disgusto, casi como si les hubiera dicho que odio a los perritos bebés y los quiera borrar de la faz del planeta. 

Así que hoy les quiero contar como el feminismo y una mujer feminista, cambiaron mi vida. 

Hace años, cuando era pequeña, escuche a mi mama conversar con una de mis tias. Hablaban de alguna novela, y mi mamá le decía a mi tia “No puedo creer que Maria se le entregara al novio, que tonta, ahora ya es suya”  

Totalmente confundida le pregunte a mi mamá, ¿porque alguien podía pasar a ser propiedad de otra persona? Mi mamá me dijo solo “Así son las cosas” dejando en mi cabeza clavada la injusticia que eso suponía. 

Y no era culpa de mi mamá. Ella había vivido dentro de una sociedad bastante inclinada a ver a la mujer en un rol muy cerrado. 

Y sí, a la vista de mi familia, las cosas importantes eran: casarme, mantener un matrimonio por muchos años, tener hijos, una casa grande y de ser posible, conseguir un marido rico.

Dentro de una familia plagada de mujeres muy bellas, yo siempre me sentí patito feo y con la autoestima hasta el piso, las expectativas de la familia imposibles para mí. Al parecer, la moneda de trueque en este mundo era la belleza y yo no contaba con mucho crédito en ese lado. Aún peor, era (y soy) una mujer que da su opinion en alto, y le gusta discutir de política, filosofía y ciencia. Mi mamá me advirtió varias veces que mi carácter nunca iba a atraer a un buen marido.

La otra mitad de mi familia era diferente, la familia de mi papá, (incluida mi abuela) era un matriarcado formado por mujeres feministas, la mayor parte divorciadas (algo que aún se veía con la ceja alzada en su tiempo) que me enseñaron el poder de la educación y que no hay mejor marido que un buen trabajo.

Una de mis principales guías fue siempre mi tia Hilda, una maestra normalista, médico con dos especialidades y madre soltera.  

Un día mi tia me encontré llorando, en algún ataque de tristeza, de esos que te dan en la adolescencia. Le explique era fea, que me sentía la mujer más gorda del mundo (como TODAS las adolescentes nos sentimos en algún momento) y por lo tanto, probablemente no merecía el amor de nadie. 

Mi tia suspiro, me abrazó y me dijo que mi valor primordial era mi carácter bueno y dulce. Me explicó que yo era una niña brillante, y que si un hombre se sentía intimidado por mis opiniones y mi inteligencia, entonces no era el tipo de hombre que yo quería  o necesitaba en mi vida. Me dijo que me buscara hacer feliz a mi misma, que una pareja puede ser una fuente de amor y de felicidad, pero que solo funcionaba si yo era una persona feliz conmigo misma. 

Y asi salí al mundo, conocí 26 países y 78 ciudades. Me casé a los 31 años, con un hombre que buscaba una compañera y no una criada, y ahora vivimos muy contentos en nuestra propia versión de felicidad.

Mi tia me enseño que el feminismo es dar luz e importancia a cualidades que uno no siempre asocia con ser mujer, y abrir la puerta a un mundo de posibilidades en las que tu valor sobre pasa a tu apariencia. 

Después aprendí que el feminismo no solo ayuda a las mujeres, sino a los hombre también (ya escribiré sobre eso después)  y sigue siendo tan relevante para abrir puertas como lo fue hace 20 años. Hay aún muchísimas niñas que necesitan poner su valor principal en cosas menos importantes que la belleza exterior y que necesitan ver puertas abrirse a su intelecto y sus sueños.

En este dia de la mujer, tendamos la mano al resto de la humanidad, para seguir plantando semillas de cambio, apertura y equidad. 

 

Esta es una colaboración de #LasMamasBlogueras en conmemoración de el día internacional de la mujer

 

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